domingo, 13 de septiembre de 2015

De vientos, bestias y fieras (décimas)

BYAKKO
Byakko es una palabra japonesa que significa Tigre Blanco. En la mitología japonesa se refiere a uno de los cuatros monstruos divinos que representan a los puntos cardinales. Byakko tiene la apariencia de un tigre blanco haciendo referencia al oeste y simboliza, también, el elemento rayo o aire. Se dice que su rugido es capaz de llamar a la tempestad y que es capaz de provocar abrumadoras tormentas eléctricas. Sus alas son como las de un ángel.

De vientos, bestias  y  fieras.

(Décimas independientes que hablan de temas disímiles utilizando las palabras arriba mencionadas
para crear las metáforas de sus discursos)


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Regresa el viento insaciable
silbando su melodía,
y en una cruda ironía
me vuelve bestia indomable.
Yo siempre fui fiera amable,
pero él viene y me repuja
con su erosión y dibuja
escamas sobre mi piel.
El viento es férreo cincel
que me esculpe y que me embruja.

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Ella, mi Erato, traviesa,
dispone su carne blanca
cuando con gracia se arranca
la túnica color fresa,
y en un rapto de fiereza
me araña hasta el corazón.
El viento ya es un ciclón
devastando todo afuera.
Ya no hay musa, es la quimera
quien atrapa mi pulsión.

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Un tigre ruge en mi alma
igual que el viento invernal
ruge al volcán visceral
que duerme su sueño en calma.
Y al rugir se me desalma
imperiosa la estructura.
Me siento una abreviatura,
un epítome sencillo;
un derribado castillo
de naipes en miniatura.

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Tienen el viento y la fiera
en común algunas cosas:
suelen ser almas rabiosas
dominando la pradera.
El viento taimado espera
para arrasar con crueldad
lo mismo que su otredad,
la fiera de garra y fauces.
Visten los mismos disfraces
para ocultar su maldad.

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Quizás cuando ulule el viento
y repte por la montaña
yo pueda en mi telaraña
deshilar mi pensamiento.
Quizás en ese momento
comprenda que cuando tejo
con este hilo complejo
lo ignaro del inconsciente,
soy la araña impertinente
que se observa en otro espejo.

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Cuando los aires son turbios
igual que ríos revueltos
los designios vuelan sueltos
cual pájaros de suburbios.
Y en estos raros disturbios
la fiera obcecada acecha;
prende con saña la mecha
y aguarda por la explosión.
Más tarde, con presunción,
se relame  satisfecha.

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La bestia que habita dentro,
en el cuerpo del humano,
precisa de dura mano
cada vez que es epicentro.
Y por bruto que el encuentro
resulte en el interior,
recuerda, siempre es mejor
el hombre que vence y doma
a la bestia que se asoma
tras un brote de furor.

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Soplan los vientos taimados,
rugen las fieras hambrientas,
vuelan las aves sedientas
de cielos desenjaulados.
Y yo, herido en los costados,
sangrando por cada poro,
soy la bestia, soy el toro,
al que han vencido en la lidia.
Agonizo en la perfidia
del mismo ruedo que adoro.

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Cuando dije ser felino
como un tigre siberiano
me dijeron que un cubano
no llegaba ni a minino.
Miré despacio al cretino
y le dije con bravura:
Tras esta endeble armadura
de gatito de arrabal
inverna un tigre real
que no teme a tu impostura.

El tipo remolinó
como un furioso huracán
y a su rostro en Leviatán
la ira lo convirtió.
Un tornado me lanzó
de palabras injuriosas,
y yo, con unas pasmosas
maneras de gato etíope,
lo dejé parado y miope
al lanzarle blancas rosas.

Las rosas eran poemas,
eran décimas guajiras,
hechas de mi piel, las tiras
arrancadas, mis eccemas.
Así rompí sus esquemas:
a cada lanza una flor.
Y nunca tuve temor
porque tigre me sentía;
aunque mi voz no rugía
yo era tigre rugidor.




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