martes, 30 de junio de 2015

Dámaso desaparecido


Todas las ilustraciones son de Keith Perelli (más de este artista clicando en su nombre)

(Este relato ha estado en barbecho desde hace mucho tiempo. Ojalá pueda acabarlo algún día)


I






Primero fue lo de la gorra, sí, y al día siguiente Silvino nos dijo lo del brazo: lo habían encontrado en los manglares carcomido por los cangrejos. En ese momento sentí como si me hubieran dado con un bate en el pecho. Un dolor angustioso me atrapó de arriba abajo. ¿Sería aquel su brazo? Todo era posible. Rememoré la escena en el portal de su casa dos noches atrás:

Nunca quise ser parte de la élite ni del gobierno”, me dijo y volvió a empinarse del pico de la botella de ron. “A ver, ¿qué pintaba yo allí…, entre tanto mayimbe?, nada, no pintaba nada.” Al concluir la frase se quedó mirando al vacío, sus ojos pardos se desdibujaron, el color se chorreó como en una acuarela y bajó por sus mejillas curtidas por el sol de los cañaverales. Él no lo sabía, pero, aun así, con toda esa tristeza y esa melancolía desfigurando su rostro, parecía un hombre fiero y rudo. “Lo peor fue dejar allí a Mirna”, dijo a media voz. Alzó la botella a la altura de sus ojos, comprobó lo que quedaba de ron y se lo bebió al tun tun. Luego recostó el taburete a la pared y se quedó dormido. Seguía pareciendo fiero y rudo.

Esta fue mi última conversación con él, con Dámaso. A la mañana siguiente desapareció. No hubo búsqueda por nuestra parte, quiero decir, por parte de los amigos, porque sabíamos…, bueno, saber es una palabra demasiado rotunda…, imaginábamos hacia donde se había marchado. No teníamos certeza de ello, pero Lena, Renata, Álvaro, Ramón y yo, nos lo veníamos oliendo hacía algún tiempo, desde que rompió con todo el oficialismo, volvió a los cañaverales y comenzó a recibir cartas de Elpidio. Cartas en las que decía que él podía encargarse de todo si Dámaso aceptaba.

Su ruptura y su vuelta al pueblo no nos sorprendieron, él no estaba hecho para ese mundo de guayaberas almidonadas y safaris beige.  Dámaso era de pantalones caqui, pulóver desgastado, botas cañeras y su inseparable gorra de béisbol. Se había hecho un hombre en el trabajo físico, en la rudeza del campo: entre el machete y la guataca. Yo no me lo podía imaginar tras un buró. Y no es que no tuviera cabeza para el papeleo, sí que la tenía; tampoco que no poseyera aptitudes para el mando, al contrario, nunca conocí a alguien que tuviera esa capacidad innata para el liderazgo como la tenía él, pero el burocratismo no pegaba, como le solíamos decir, ni con cola ni con colina con su manera ser.  No obstante, todos le seguíamos, no sólo por tener ese gen de líder, sino porque trabajaba más que cualquiera. Predicaba con el ejemplo. Trabajando apenas paraba unos minutos para descansar. Era inagotable.

A su regreso siguió siendo el mismo Dámaso, el guajiro,  el machetero millonario, el trabajador tenaz, el amigo, pero algo dentro le había estallado en mil pedazos. Decía haber acabado asqueado y hasta la pinga de estar allí arriba, que no podía aguantar más y que por eso se había largado, pero nunca nos dio ningún otro detalle. Fuera lo que fuera que vio, vivió o conoció, y que le hizo tomar esa decisión, se lo guardó para él. Lo entendíamos, tenía miedo. Saber cosas de la élite acojona. Y he ahí que, machete en mano, sudaba la gota gorda desde primera hora de la mañana hasta casi entrada la noche, dejándose la piel en una especie de exorcismo, de purga. Sí, dejándose la piel, literalmente, pues el sol le achicharraba el pellejo de la espalda hasta soltarlo a tiras, y las afiladas hojas de las cañas le herían el torso y las manos, porque se obstinaba en no usar camisas ni guantes. Era como si el haber estado allí arriba le hubiera contaminado y no existiera otra forma de descontaminarse que haciendo el papel de bestia sacrificada: flagelándose, castigándose en una penitencia infinita donde el  cañaveral desempeñaba el rol del cilicio. Nunca nos pasó por la cabeza que lo hubieran “tronado”, como se rumoreaba. Siempre creímos su versión, de que se había ido por su cuenta.

Ahora se había vuelto a marchar (eso imaginábamos).  Y esta nueva ausencia no podía ser otra cosa que una huída, porque él sólo tenía dos opciones para seguir encarando  la situación, sobre todo después de aquella visita sorpresa que tuvo de unos agentes de la seguridad del estado y en la que, nos enteramos más tarde, había recibido amenazas si se iba de la lengua. Sí, el sólo tenía dos opciones, él y cualquiera que viviera en Naranjos; primera: el martirio constante, el silencio y la obediencia de borrego; y la segunda: largarse lejos de todo y de todos, y, para esto último, sólo conocíamos el exilio. Además, estaban Elpidio y sus cartas, que Dámaso nos las leía muy bajito, a Lena y a mí, cada vez que recibía alguna. Todas ellas venían por canales no oficiales, porque sabíamos que podían ser abiertas y leídas. No, no era descabellado pensar así. Estábamos vigilados siempre. George Orwell nunca imaginó que 1984, su controvertida novela, era nuestro pueblo. Por lo tanto, las cartas eran entregadas en mano por alguien al que se la había dado otro alguien que venía del más allá. Cuando le preguntábamos a Dámaso si la idea de irse se le pasaba por la mente, a tenor de lo que le escribía Elpidio, daba media vuelta y nos dejaba con la palabra en la boca. Y esa misma actitud era la que nos hacía sospechar de que, en algún momento, había contemplado tal posibilidad, de lo contrario un simple “NO” hubiera bastado.

La investigación policial comenzó dos días después. En el poblado costero de Uva Caleta habían denunciado el robo de un bote de pesca. Un testigo aseguraba haber visto merodeando por allí a un hombre que coincidía físicamente con la descripción de Dámaso, entonces comenzó su búsqueda de manera oficial, la de las autoridades, porque nosotros, ya lo he dicho, no hicimos absolutamente nada. Si nuestras sospechas eran ciertas lo mejor era quedarnos quietecitos, no había necesidad alguna de levantar la liebre, porque, de Dámaso haber huido, seguramente se pondría en contacto con alguno del grupo en cuánto estuviera  a salvo, y aún era demasiado pronto. Todos los del grupo fuimos interrogados, yo el que más, pues había sido el último que le había visto.

Mirna vino a verme esa misma tarde que comenzó la investigación y la búsqueda. Estaba muy cambiada, envejecida, diría yo, iba sumamente maquillada y vestía elegantemente. No sé cómo se había enterado tan rápido, aunque lo podía imaginar. “Bejuco, dónde está Dámaso” _ me preguntó. “Y yo qué sé”, le dije. “Cómo que no sabes, es tu mejor amigo.” “No,_ riposté_ tú eres su mejor amiga, todos somos sus mejores amigos, Dámaso nunca ha hecho distinciones con ninguno del grupo.” Se quedó callada, miró en derredor, como cerciorándose de que nadie nos estuviera oyendo ni observando. “Estoy embarazada, Bejuco.”_ me soltó a bocajarro mirándome a los ojos, y pude ver como los suyos quedaban empañados por las lágrimas. “¿Dámaso lo sabe?,” le pregunté. “No, no lo sabe…, no se lo pude decir, todo fue tan…” Dejó las palabras inconclusas y rompió a llorar espasmódicamente. Me la llevé de allí. Sabía que no era conveniente que la vieran en esas circunstancias. Me di cuenta que le había hablado como si Dámaso no faltara desde hacía dos días, como si aún estuviera entre nosotros, cuando en realidad yo lo imaginaba bastante lejos, luchando contra los elementos, como Heyerdahl en la expedición de la Kon-Tiki.

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O. Moré
2015
(todos los derechos reservados)

sábado, 27 de junio de 2015

Nuevos sonetos para Nubia

 Los girasoles rojos / O. Moré / CUBA


No me escribas


Déjate de supuestas ucronías,
esta trama no acepta necedades;
no dividas el cuento en dos mitades
que mi verbo no aguanta más sangrías.

Creíste que al tatuarme fantasías
mi cuerpo las tornaba realidades
y olvidaste que simples vanidades
siguen siendo y serán sólo utopías.

Te advierto, no me escribas con tu pluma,
 la tinta no me sana, me emborrona,
y tanto sinsabor cala y abruma.

No importa si la historia no perdona,
ni que en blanco mi cuerpo se consuma,
sólo quiero seguir siendo persona.


Dato adjunto.


Estoy amortajado, en sepultura
de exótico y tiránico difunto;
después de tantas comas soy un punto,
un círculo que cierra  la escritura.

Soy una antigua luz que en su impostura
ni brilla ni esclarece el negro asunto,
y ahora que estoy yerto me pregunto
a qué vino jugar a la locura.

Si siempre renegué de la aventura,
si fui otrora un cobarde en su conjunto,
por qué quise empaparme de hermosura.

Acaso no sabía que un presunto
poeta que rasgó su vestidura
siempre acaba por ser un dato adjunto.


Tu sospecha

Me destruyen tu lengua y tu disparo,
y el fuego en la palabra que me atiza;
me siento amordazado y sin la visa
para un viaje anodino y más que caro.

Tu sospecha me tala el verde brote
y caigo en el vacío y la congoja.
Como Wilde pintaré la última hoja
en el muro que encierra al ocelote.

Me miro en el cristal que me retiene
y la imagen opaca y subrepticia
es de un humo porfiado en que me aliene.

Por qué piensas que nado en la inmundicia,
que traciono la fe que me sostiene,
si nunca me he vestido de malicia.



Atavismo

Me llamas bicho raro del diluvio,
dibujas sobre mí mapas dudosos
y mi cuerpo se empapa de rijosos
e inmateriales trazos de tu efluvio.

Por la piel, que delata mi gen nubio,
me comparas con todos los odiosos
que en tu mente ladina son lodosos:
sucias  aguas migrantes del impluvio.

Mas a oscuras te fundes con mi verbo
y te acuestas conmigo en la maleza
nutriéndote del semen de mi acervo.

Por qué entonces reniegas la certeza:
en mi sangre tus genes yo conservo
porque así es de divina la impureza.




O. Moré
2015
(Todos los derechos reservados)



sábado, 13 de junio de 2015

Décimas pasadas por agua

Vitral Marino (Viñeta) O. Moré / CUBA


Décimas pasadas por agua


Pez

La luna cambia de fase
en un negro mar de hielo
donde un pez de medio pelo
entre guijarros renace.
No hace falta que disfrace
sus agallas ilusorias
con escamas perentorias
que son ardid de la nada.
Este pez fue un pez espada
que olvidó sus viejas glorias.

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Hipocampo

En un mar de aguas inquietas
un hipocampo afligido
deja escapar un gemido
entre las algas violetas.
Las traslúcidas siluetas
de medusas orgullosas
parecen flores tediosas
en un paisaje imperfecto.
Él piensa que su intelecto
está lleno de esas rosas.

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Inmersión


 La vida sumerge, absorta,
su cabeza bajo el mar,
mientras siente palpitar
la sangre azul en la aorta.
Y el mar, que nada le importa,
desnudo, sin sus corales,
le enseña los genitales
esculpidos en la arena.
La vida se excita y llena
el mar de peces sexuales.

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Jicotea

Ya no hay pozo ni deseo
para  doña jicotea
que en el agua se marea
entre tanto devaneo.
No hay lugar para el recreo
ni para un simple guateque,
pues la miseria arremete
con saña en su carapacho.
¡El destino es un muchacho
algo burlón y zoquete!.

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 Estanque

El estanque está azogado
como el espejo de Alicia,
huele a terror y a malicia,
porque es charco simulado.
En la orilla, desterrado,
un batracio discordante
perdió su voz de cantante
en la desidia coral.
Es que el miedo inmemorial
hace mudo al desafiante.

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O. Moré
2015

martes, 9 de junio de 2015

La otra Ariadna

La otra Ariadna / O. Moré / CUBA


La otra Ariadna

Pasas ebria y nocturna entre luces cortantes
como un fantasma turbio que olvidó las cadenas
y se arrastra errabundo tras cantos de sirenas
que, inevitablemente, seducen navegantes.

Y luego los relojes con horas acuciantes
cubrirán tu delirio bajo grises arenas
y la noche ya enferma y corrupta de penas
se morirá en tu mano sin arpegios ni amantes.

Mis súplicas ignoras y te duermes al filo
del abrupto barranco de viejas obsesiones
que lento y cauteloso en mis venas destilo.

Y así vas por la vida rompiendo corazones,
porque eres otra Ariadna, la que no deja el hilo
para hallar la salida a tus contradicciones.

O. Moré

2015

miércoles, 3 de junio de 2015

A propósito de La pasión triste de Gavrí Akhenazi



Nada diferencia la concepción literaria de la concepción  plástica, el proceso creativo es idéntico. En el primer caso, el creador dibuja imágenes con las palabras, en el segundo, crea palabras con las imágenes.
El dibujo, el óleo o la acuarela, pueden ofrecer un discurso poético, de la misma forma que el poema o la prosa pueden ofrecer un discurso pictórico. En resumidas cuentas, estamos hablando de arte, independientemente de cómo se manifieste.
Pero, yendo más allá, cuando ambas son leídas o visionadas por estos artistas (pintor y narrador o viceversa) da pie a inspiraciones mutuas: un poema o una narración puede inspirar una obra plástica, y una obra plástica puede inspirar una obra literaria.

Y eso es lo que me ha pasado a mí con la lectura del último libro de Gavrí Akhenazi, que me ha inspirado el dibujo que ilustra esta entrada y, a su vez, el dibujo a dado pie  al texto que sigue a continuación.



La pasión triste / O. Moré / CUBA / Inspirado en el libro homónimo de Gavrí Akhenazi 


A propósito de La pasión triste de +Gavrí Akhenazi 




En tu cabeza anida el pájaro hambriento de ojo insomne, y llueve en las sombras de tu rostro, pero llueve de manera diferente a como llueve en el amarillo del día y en el negro de la noche.
Te alzas desde el gris, como un reloj de arena que se nutre del agua viva de tus lágrimas, en una desmedida ambición de ser clepsidra. 


Tus lágrimas anegan el pecho, inconmensurable mar azul donde navega el corazón atravesado por la punzante flor de la pasión, de la pasión triste, la que duele lo que SÍ está escrito. Es el mismo corazón que vive, late y sangra versos que se vuelven ave: cisne intrépido a la conquista de nuevas constelaciones, que son como circuitos eléctricos que han de dar luz al lucernario que te habita y que añoras.


Y en esos amarillos días en que la sangre cae gota a gota, la esperanza (inmensa neurona verde y espinosa a la que siempre perseguimos) te persigue, va a tu espalda, porque eres como ese Cristo redentor dolido y lacerado, el que refuerza su piel de aleaciones de plata y acero,  para que ni la bala perdida de plomo, ni la bala de la desidia del mundo, encuentren carne en la que echar raíces, justo allí, donde tu ala de pájaro de barro quedó trunca.

Pero siempre regresas del horror y renaces del gris, siempre. Y el pájaro roto de barro se hace hombre que ama, sueña y escribe. Porque el amor y la letra son el mejor ungüento contra la soledad, el horror y el olvido.


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Gavrí Akhenazi / Córdoba / Argentina 

La  literatura de Gavrí  Akhenazi, la de La pasión triste, es una literatura visceral y auténtica. Prosa poética donde las haya, exuda un exquisito lenguaje metafórico que no deja indiferente,  al tiempo que se revela como lenguaje testimonial único. Cuando lees a Gavrí, la empatía y la sinergia te atrapan, y ahí quedas en simbiosis con la escritura y con un  mundo vivencial pletórico de  emociones desgarradoras, donde el amor y el "horror" van de la mano, formando parte de la cotidianidad del hombre-guerrero-cooperante-escritor, que viste de belleza el espanto, en una catarsis continua para poder sobrevivir.
Entre cartas y epitafios, te sumerges en una obra literaria de una calidad y riqueza verbal inigualables. 
Os la recomiendo de todo corazón, porque esto es narrativa de muchos quilates.
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Making of de este dibujo